¿Qué deberíamos tener en cuenta al evaluar a un candidato para un rol ejecutivo?
Seleccionar a la persona correcta para un cargo ejecutivo es una de esas decisiones que puede transformar o estancar una organización. No es simplemente encontrar un buen perfil en papel, se trata de identificar a alguien que realmente tenga la capacidad de liderar, adaptarse, tomar decisiones estratégicas y construir futuro. A lo largo de los años, acompañando procesos en Colombia y en distintos países de Latinoamérica, he aprendido que hay ciertos aspectos que no pueden pasarse por alto.
Por ejemplo, la visión estratégica y el liderazgo transformacional no se improvisan. Un buen ejecutivo no solo sabe hacia dónde debe ir la empresa, sino que también tiene la habilidad de alinear a todo su equipo para llegar allá, incluso en medio de la incertidumbre. La capacidad de inspirar, de manejar el cambio y de construir confianza es lo que diferencia a un líder del resto.
También es fundamental que la persona conozca el sector. No basta con haber tenido cargos importantes; se necesita entender el terreno, saber cómo se mueve la industria, y haber enfrentado situaciones retadoras: cambios regulatorios, crisis del mercado, nuevas tendencias, etc. La experiencia cobra valor cuando se traduce en acciones concretas frente a esos escenarios.
Además, en nuestro contexto regional, saber trabajar con equipos multiculturales ya no es una opción, es una necesidad. Hoy los equipos son diversos, y el liderazgo efectivo requiere sensibilidad cultural, comunicación empática y una gran dosis de flexibilidad para alinear personas con visiones y realidades distintas.
No menos importante es la capacidad de decidir y resolver conflictos. El rol ejecutivo exige tomar decisiones difíciles, a veces en tiempo récord y muchas veces en medio de presiones fuertes. Por eso buscamos personas que tengan buen juicio, pensamiento crítico y que sepan cómo manejar la tensión sin perder el foco.
La visión financiera también es un factor clave. Necesitamos líderes que entiendan el negocio desde los números, que sepan leer un estado de resultados, trabajar presupuestos y tomar decisiones orientadas a la rentabilidad sin perder de vista el propósito organizacional.
Y, por supuesto, está la dimensión ética. Nada destruye más rápido una cultura empresarial que la incoherencia entre el discurso y la práctica. La integridad de un ejecutivo impacta directa e indirectamente en todos los niveles de la compañía. Por eso, siempre indagamos cómo ha manejado dilemas éticos o decisiones difíciles en su trayectoria.
Las habilidades comunicativas también hacen parte de ese combo que buscamos. Un buen ejecutivo no solo lidera, también comunica: lo debe hacer con claridad, con empatía y con propósito. Debe ser capaz de conectar con equipos, con socios, con clientes y ser un referente de coherencia.
Finalmente, la adaptabilidad y la resiliencia. El entorno cambia y rápido. Por eso, evaluamos qué tan bien navega el candidato en la incertidumbre. ¿Cómo responde frente a una crisis? ¿Qué tan abierto está al cambio? ¿Sabe reinventarse cuando es necesario?
Más allá del listado de logros, lo que realmente buscamos en los procesos de selección ejecutiva es una combinación de experiencia, visión y humanidad. Porque al final del día, el liderazgo que transforma es el que sabe adaptarse sin perder el rumbo, conectar sin perder el foco y decidir sin perder los principios.